jueves, 16 de agosto de 2012

La democracia dominicana: ya dio lo que iba a dar

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Rosario Espinal.
La democracia dominicana se ancló en sus orígenes a fines de la década de 1970 en la estabilidad y fortaleza del sistema de partidos que estructuraron los tres líderes caudillistas del post-trujillismo: Joaquín Balaguer, Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez.
Ese liderazgo y las organizaciones partidarias que forjaron, dieron estabilidad al sistema político tanto en su fase autoritaria de 1966-1978, como a partir de la apertura democrática de 1978.
La ciudadanía ha conquistado libertades civiles en las últimas tres décadas, pero la naturaleza caudillista de los partidos, unido al clientelismo y la corrupción ancestrales del Estado Dominicano, han retardado el proceso de modernización económica y política.
En la década de 1990 se produjeron importantes reformas institucionales al sistema electoral producto de las presiones internacionales y la sociedad civil ante los intentos continuistas de Balaguer, pero las reformas no incluyeron mecanismos que promovieran mayor democratización de los partidos.
Se estableció el sistema de financiamiento público en 1997 y se mantuvo intacto el sistema de recaudación privada. Así los partidos se convirtieron en nidos de acumulación de recursos económicos. Son las instituciones más subsidiadas de la sociedad dominicana y con mayor acceso a la riqueza que genera el país, porque los partidos se nutren del Estado y del sector privado, y constituyen el mecanismo por excelencia de movilidad social para amplios sectores sociales.
Aunque la población evalúa negativamente los partidos políticos en las encuestas, un amplio sector de la población expresa simpatía por ellos. La paradoja se debe a que mucha gente está insatisfecha con sus condiciones de vida, pero las aspiraciones clientelares ante las escasas posibilidades de movilidad social obligan al apego partidario.
El liderazgo de fuertes caudillos y la polarización ideológica sirvieron de sedimento al sistema político en las décadas de 1960-1970, mientras el clientelismo y la corrupción ampliada sirven ahora de soporte al partidarismo, en un contexto político desprovisto de confrontaciones ideológicas y con aspiraciones generalizadas de ascenso social.
La estabilidad del sistema político dominicano se sustenta también en factores socioeconómicos. Los más pobres entre los pobres, es decir, los inmigrantes haitianos, carecen de derechos políticos, y por tanto, están incapacitados para poner presión social desde la marginalidad. Por su parte, las capas medias dominicanas tienen como horizonte la migración y tampoco ponen presión.
En consecuencia, los ejes que articulan la sociedad y la política dominicana en este principio del siglo XXI son la movilidad social vía los partidos, la migración de dominicanos hacia el exterior, la economía ilícita, y la migración haitiana que ofrece mano de obra barata para la acumulación de capital. Todos apuntan a una baja movilización social.
La democracia produce cierta apariencia de progreso porque la política, los empréstitos, el narco y las remesas crean espejismos de prosperidad, pero en esencia, la democracia dominicana es profundamente excluyente, arbitraria e ineficiente.
Los partidos se han rotado en el poder y han canalizado descontentos, pero ahora el PRSC ha sido subsumido por el PLD, el PRD enfrenta una crisis interna que se perfila de larga duración, y el PLD pretende gobernar por largo tiempo.
En un contexto de precariedades económicas, de reformas pospuestas y de limitadas opciones partidarias, la democracia clientelar dominicana se dirige a producir mayores niveles de insatisfacción en la población, y si no hay renovación y fortalecimiento del sistema partidario, la fórmula de partidos que dio sustento al sistema político puede resquebrajarse.
Para avanzar en democracia se necesitan reformas que promuevan crecimiento económico con mejor distribución de los recursos, y mayor eficiencia en la administración pública.
Artículo publicado originalmente en el periódico HOY.

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