jueves, 16 de agosto de 2012

LOS DIOSES: NECESIDAD O REALIDAD

Los dioses: necesidad o realidad
Antropología
Esfinge núm 8 - Diciembre 2000
Fernando Schwarz
 


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¿Qué le pide a Dios el campesino? ¿Qué le pide el místico? ¿Qué el gran sacerdote? Las deidades tienen millares de caras y cada rostro conlleva un elemento irreemplazable en sí mismo

En el Antiguo Egipto, detrás de la cara visible de los dioses, se fundían armónicamente dos planos y dos fines: el temporal y el espiritual, en una fusión de carácter religioso, político, social y económico. Porque la mentalidad mágica concibe la simultaneidad de funciones.

Los dioses son las vendas que reúnen los pedazos desmembrados de Egipto: los nomos y las tribus arcaicas. Las distintas máscaras venían en función de cada aplicación, pero el mismo Dios los engloba a todos.

Las deidades tienen millares de caras, y esta simultaneidad es aceptada como una necesidad, porque cada rostro conlleva un elemento existente irreemplazable en sí mismo.

El pueblo se contenta con la visión mística del dios; las etapas de concepción y construcción del mundo le interesan menos. Quiere sobre todo saber cómo vivir, cómo morir.

La oración del egipcio es diferente según sus necesidades y se dirige a la función del dios que corresponde a sus aspiraciones. ¿Qué le pide el campesino? Que su familia crezca en número y prosperidad, que sus niños sean felices y gocen de buena salud, que la crecida del Nilo le produzca una cosecha fecunda, que los impuestos no sean más elevados, que él y los suyos vivan mucho tiempo en paz sobre su tierra.

¿Qué pide al mismo dios el místico? Poseer un juicio claro y justo, desarrollar su alma, ensanchar su intuición, tener valor para ayudar a sus semejantes, que su conducta sea la más irreprochable posible.

¿Y qué pide, siempre al mismo dios, el gran sacerdote? Que su sabiduría pueda siempre guiar mejor a sus discípulos, comprender mejor los artificios del destino para preparar a su pueblo para los acontecimientos que surjan.

Estas oraciones, aunque diferentes, son todas sinceras y cada uno de estos egipcios está convencido de que han sido escuchadas por su dios, pues él posee en sí mismo todas estas posibilidades, todas estas funciones.

Por sus peticiones centradas en sus problemas, es el hombre quien limita su imagen según su visión. A aquel que ha concebido mal la totalidad del dios, es preferible no enseñarle más que el aspecto que desee ver, pues cada hombre siente a Dios de forma diferente, y es el hombre el que por su diversidad de acercamientos ha creado el politeísmo.

En la cultura egipcia queda claro que Dios se expresa por todas partes y en todas las cosas; por eso los dioses más importantes aparecen bajo un rostro velado (como en Abydos), con una cara oscura (Ptah), o con rostro de animales (Toth, Horus, Anubis).

Dibujando el pensamiento a través de los dioses, la abstracción llega a ser una imagen real, perceptible para el mundo psicológico del hombre. Es uno de los más grandes éxitos del pensamiento mítico. En efecto, el mundo psicológico, por su emotividad, puede construir la imagen que permitirá la unión de contrarios, fundiendo la dualidad en una unidad y crean-do una alianza. Esta imagen no debe ser confundida con el símbolo, porque no se trata de una construcción humana, sino del armazón del universo de los dioses, lenguaje humano que versa sobre los Inmortales. Los símbolos atraviesan el tiempo, existen antes y después que el hombre.

EL NETER, ENCRUCIJADA DEL LUGAR Y DEL PRINCIPIO SAGRADO

No se dirá nunca suficientemente que el egipcio concibe la realidad como un todo con múltiples componentes. Resplandece a través del canon de su arte, que comprende tanto el rostro como el perfil, a través de la riqueza de sus mitos religiosos, o de los nomos que resumen las formas arcaicas y nuevas como un diamante con mil facetas.

Allí donde la estaca se fija en la tierra, surge un punto de vida que irradia su energía en el individuo y la colectividad, es el Neter, que se apoya sobre la tierra y la hace sagrada, creando un cosmos a la vez abierto y cerrado.

Se comprenderá fácilmente la importancia de esta Fuerza capaz de revitalizar al hombre, cuyo cuerpo se fatiga por su actividad terrestre y cuyo Espíritu se malogra en contacto con la materia que le retiene prisionero. El Neter es lo que da un nuevo impulso, un renacimiento de vitalidad, es fuente de eterna juventud. Así se explican las numerosas “Fuentes de juventud” y los lugares de peregrinación donde el alma puede encontrar “el agua” para rejuvenecerse, lo que no encontrará obligatoriamente el cuerpo.

En estos montes, colinas o bosques, se establece un contacto natural entre las diferentes dimensiones; allí el poeta encuentra su musa inspiradora, el escultor sus criterios de estética, el científico la ley del pensamiento. Y todo hombre que la busca, su paz interior. Ninguna necesidad de tecnología, de contador “geiger”, sino de un poco de sensibilidad al ritmo de la Naturaleza. Y sin embargo, la belleza del lugar no se conjuga siempre con su carga psicológica, carga que puede, por otra parte, ser positiva o negativa.

Así se hablaba, en la Edad Media especialmente, de lugares benditos o malditos. Allí los espíritus de las tinieblas penetraban el mundo de los vivos, o los espíritus de los vivos el mundo de los muertos. Recordemos el descenso a los infiernos de Eneas, entre tantos otros, así como las infinitas leyendas que circulan aún sobre el Mundo Infernal.

En Egipto, las divinidades no son solamente Fuerzas de la Naturaleza o “Potencias invisibles”, sino que pueden encarnarse. De ahí la importancia del viaje simbólico de los dioses, especialmente en la barca sagrada. En este viaje realizan la unión del mundo de los vivos y el mundo de los muertos siguiendo un periplo vertical y circular, mientras que en la tierra la procesión efectúa la marcha humana (es decir, horizontal). El reencuentro de dioses y hombres provoca un intercambio de energías, una aportación celeste, una posibilidad de comunicación con lo divino.

La peregrinación de la barca en el exterior del templo no es otra cosa que la proyección de su periplo celeste en el eje de la Naturaleza y el hombre. El hombre que penetra en el caos es el que puede continuar su peregrinación con los dioses, realizando su ascenso y rebasando el horizonte.

A semejanza de la Divinidad, el Sol navega también en su barca, diurna o nocturna, ascendente (Madjit) o descendente (Mesektit). Es siempre el mismo símbolo: el vehículo que transporta una energía sutil, más ligera que él mismo. El hombre puede también ponerse al servicio de lo que hay de más sutil en él (es decir, su al-ma) y llegar a ser el símbolo de este “misterio” emprendiendo el viaje vertical, el séptimo viaje del que habla Platón, el que puede vencer el tiempo y penetrar en la multidimensionalidad en la que el Universo entero empieza a vibrar como un solo ser viviente, donde los dioses no son más torbellinos de la Naturaleza sino Realidades vestidas de símbolos y de imágenes correspondientes a la ley analógica del mundo mineral, vegetal y animal.

El Universo viviente y dinámico era un postulado básico para el egipcio; por lo que tenía cuidado de no limitar ni producir esclerosis en ninguno de sus componentes. Fijar una idea, un hombre, un animal, un vegetal o un mineral, venía a resultar algo parecido a aprisionarlo en su materia, a destacarlo de su contexto, y por lo tanto a bloquear su evolución. La definición, la “medida” de una cosa comportaba, para el egipcio, la cosa en sí más el espacio que la rodeaba. Estaba así circunscrito, pero no limitado.

Midiendo una cosa, recortándola, examinándola en todos los sentidos, independientemente del espacio en el que ella evoluciona, se paran el tiempo y el movimiento, es decir, la vida. Así hace el hombre que mira una hoja arrancada del árbol y deduce que todas las hojas de ese árbol tienen la misma longitud, el mismo color, el mismo aspecto.

No existe pues, para el egipcio, “retrato robot”, medida tipo, puntos de mira en el movimiento; no se pueden fabricar más que cosas ilusorias, artificiales. Es por eso por lo que utilizaban medidas irracionales (el codo, el número de oro, el número pi...), y relativas, para mantener su atención fija sobre el sagrado Neter.

Fernando Schwarz

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