sábado, 31 de agosto de 2013

La Doctrina Monroe y la seguridad nacional de EU


OPINIÓN
30 Agosto 2013, 12:34 PM
La Doctrina Monroe y la seguridad nacional de EU
Por LUIS R. DECAMPS R.
Fuente<http://almomento.net/articulo.php?id=144166
  El 2 de diciembre de 1823, el quinto presidente de los Estados Unidos de América (1817-1825), James Monroe, en un  mensaje dirigido al Congreso de la unión a propósito de la entonces candente cuestión relativa a los “derechos e intereses” rusos, británicos y estadounidenses “en la costa noroeste de este Continente”, formuló a grandes rasgos los elementos concepcionales constitutivos de la “doctrina” que lleva su nombre.
Monroe había nacido en el condado de Westmoreland, Virginia, en el año de 1758, en una familia de escasos recursos económicos cuyos antecedentes paternos se remontan a Escocia, y en 1774, luego de cursar estudios intermedios, comenzó la carrera de Derecho en la Universidad de William y María, de la cual se retiraría para integrarse a la guerra por la independencia de las colonias norteamericanas.
 Bajo la tutoría intelectual de Thomas Jefferson, concluyó los estudios de Derecho en 1783, y ejerció como abogado durante varios años en Fredericksburg, Virginia. Entre 1783 y 1786 fue miembro del Congreso de la Confederación, y en 1787 respaldó a los anti federalistas en el marco de las deliberaciones de la convención que ratificó la Constitución de los Estados Unidos de América. En 1790, siendo un reconocido defensor de las políticas jeffersonianas, resultó elegido senador de los Estados Unidos.
Más adelante, entre 1794 y 1796 (bajo la presidencia de George Washington), fue enviado gubernamental a Francia, y allí hizo patente su simpatía por los ideales libertarios y la causa revolucionaria, al tiempo que contribuía a solidificar los lazos de amistad entre aquella y su país. En 1799 fue elegido gobernador de Virginia, posición que sirvió hasta 1802. En 1803, junto con Robert R. Livingston y por instrucciones del presidente Jefferson y del secretario de Estado James Madison, negociaría la compra de Luisiana (que entonces incluía territorios que hoy ocupan varios estados de la unión) a los franceses.
Durante las administraciones de Madison, Monroe ocupó los puestos de secretario de Estado y secretario de Guerra, y gracias a sus condiciones personales y al apoyo de aquel y de Jefferson fue escogido candidato presidencial de su corriente política (el primer Partido Republicano, sin ninguna vinculación histórica con el actual) para las elecciones de 1816, resultando vencedor. Cuatro años después, en las elecciones de 1820, doblegaría con facilidad la débil oposición federalista y resultaría reelecto. Aunque a Monroe se le conoce sobre todo por su famosa “doctrina”, durante su mandato se produjeron dos importantes acontecimientos  geopolíticos: la incorporación en 1821 a la unión de las Floridas (vía compra a España) y el reconocimiento oficial de las nuevas repúblicas americanas (después de varios años de dudas y vacilaciones). 
Jefferson dijo de él: “Monroe es tan honesto que si usted volteara el interior de su alma hacia fuera, no habría ninguna mancha en ella”.
Esas brevísimas noticias biográficas y doctrinarias sobre el presidente Monroe son importantes porque dan una idea de su perfil como político y gobernante: no se trataba de un líder brotado de las fauces de lo coyuntural o lo espontáneo, como aconteció a posteriori con relevantes figuras históricas de la política americana, sino de un patriota, un hombre público de dilatada carrera y, a la postre, un estadista experimentado al que no les eran ajenos los recovecos de la política internacional.
LA DOCTRINA MONROE
  Por eso, en el mencionado mensaje el entonces Primer Mandatario norteamericano lo primero que hace es informar que ha aprovechado las “discusiones” que sobre el tema se han desarrollado con las naciones europeas citadas “para establecer, como un principio en el cual los derechos y los intereses de los Estados Unidos se encuentran envueltos, que los continentes americanos (sic), por la condición libre e independiente que han asumido y mantienen, no deberán ser considerados de aquí en adelante como sujetos de futura colonización por ninguna potencia…”
 La denominada “Doctrina Monroe”, como es posible colegir de las consideraciones que preceden, en principio fue una advertencia a las potencias europeas con respecto a ciertas actitudes que el gobierno norteamericano consideraba inaceptables, a saber: las supuestas o reales intenciones de la Santa Alianza (Austria, Prusia y Rusia) de reestablecer el sistema colonial en el continente americano, las posturas imperialistas de Rusia en Alaska, y las “inquietantes” actuaciones inglesas en Oregon.
 El gobernante estadounidense, inclusive, fue muy claro cuando se refirió a las razones por las cuales asumía semejante postura: “El sistema político de las potencias aliadas es esencialmente diferente del de América. Esta diferencia se deriva de la que existe entre sus respectivos gobiernos y, para la defensa del nuestro, que ha sido alcanzado con tanto derroche de sangre y de recursos, que ha alcanzado su madurez por la sabiduría de sus más esclarecidos ciudadanos y bajo el cual nosotros hemos gozado de incomparable felicidad, la Nación entera está consagrada”. Casi inmediatamente después, Monroe precisa la posición de los Estados Unidos sobre el tópico de marras al afirmar que cualquier intento de parte de las potencias europeas “para extender sus sistema político a cualquier porción de este hemisferio (se considerará) como un peligro para nuestra paz y nuestra seguridad”.
 El estadista norteamericano se refirió también, en el mismo mensaje, a la guerra que en la época enfrentaba a España con los ejércitos independentistas de sus colonias, y a este respecto reitera “nuestra neutralidad en el momento de nuestro reconocimiento”, pero “siempre que no se produzca ningún cambio que, a juicio de las autoridades competentes de este Gobierno, justifique un cambio correspondiente, indispensable para su seguridad, por parte de los Estados Unidos”. Es decir, la neutralidad estadounidense frente al conflicto entre la monarquía española y los propulsores de la independencia en el Sur del continente, estaba supeditada a sus necesidades de “seguridad”.
Finalmente, Monroe remacha la posición de su gobierno con las siguientes palabras: “Es imposible que las potencias aliadas extiendan su sistema político a cualquier porción de estos continentes (sic) sin poner en peligro nuestra paz y nuestra felicidad, ni nadie puede creer que nuestros hermanos del Sur, si se les deja actuar por sí mismos, adoptarían este sistema político por su propia voluntad. Es igualmente imposible, por consiguiente, que nosotros contemplemos esta interposición con cualquier tipo de indiferencia”.
De manera, pues, que el mandatario estadounidense reitera que el establecimiento en cualquier lugar de América del sistema político de las potencias europeas (monárquico e imperial, sobre todo) constituíría un “peligro” para la “paz” y la “felicidad” de los Estados Unidos, y al mismo tiempo proclama su convicción de que los pueblos de la parte meridional del continente (gran parte de lo que hoy se llama América Latina), “si se les deja actuar por sí mismos”, jamás establecerían semejante sistema “por su propia voluntad”.
SEGURIDAD NACIONAL
Como puede observarse, la preocupación y el interés fundamentales del presidente Monroe residían en la cuestión de la seguridad nacional de los Estados Unidos, cifrada esencialmente en el asunto del tipo o los tipos de gobierno que pudiesen establecerse en territorio americano, y esta postura determinaría desde entonces, mutatis mutandis, una de las líneas matrices permanentes y atemporales de la política exterior estadounidense: impedir la presencia en su vecnidad de enemigos  que eventualmente conspirasen contra su sistema político y su “forma” de vida.
Los Estados Unidos, como se sabe, habían hecho su independencia en combate contra la monarquía británica, y aunque la causa eficiente de este proceso había sido puramente económica, el régimen político que establecieron en el Estado que crearon fue de carácter republicano, recogiendo principios nodales de los postulados del pensamiento liberal inglés y de algunas de las avenidas no extremistas del pensamiento revolucionario francés.
 El régimen político consagrado por los estadounidenses era, pues, justamente la negación absoluta de los sistemas políticos prevalecientes en las principales potencias imperialistas europeas, y por ello resultaba de lo más lógico que albergaran serias preocupaciones por el eventual establecimiento de gobiernos basados en ellos en las cercanías de su territorio. La reacción de Monroe, insistimos, fue una cuestión de seguridad nacional, no un arrebato de pasión política idealista o una proclama a favor de la plena y total independencia de los países de América.
 Es más, en el mensaje que es objeto de estos comentarios se percibe con toda claridad que una de las razones fundamentales por las cuales el gobierno de los Estados Unidos no manifestó ninguna hostilidad ante las luchas independentistas del resto de los pueblos de América, residió en que tales luchas garantizaban la liquidación de los regímenes coloniales, el alejamiento de las potencias monárquicas europeas de esta área geográfica y, en general, la posibilidad del establecimiento de  regímenes políticos republicanos en los territorios liberados del yugo extracontinental.
 La “Doctrina Monroe” debe ser considerada, pues, como el conjunto de postulados de política exterior que echarían las bases de lo que más adelante sería la “Doctrina de Seguridad Nacional” de los Estados Unidos.
La mejor prueba fáctica de esa afirmación es que ella no sólo serviría de excusa para las intervenciones expansionistas que los Estados Unidos ejecutarían en todo el continente en el siglo XIX (extendida hasta las alegaciones de la “Doctrina del Destino Manifiesto” de 1845) sino que luego, en el siglo XX (al amparo del “Corolario Rossevelt” de 1904), la política exterior de los Estados Unidos devendría una verdadera escalada imperialista dirigida a impedir que en América florecieran modelos de organización estatal “incompatibles” con sus concepciones republicanas, sus valores liberales y su sociedad abierta.
 Ese, y no otro, fue el verdadero sentido, desde la perspectiva de la racionalidad política estadounidense, de la famosa frase que reza: “América para los americanos”.

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