viernes, 20 de septiembre de 2013

LOS PONTIFICES ROMANOS QUE HA TENIDO LA IGLESIA CATOLICA, CON EL NOMBRE DE BENEDICTO-

LOS PONTIFICES ROMANOS QUE HA TENIDO LA IGLESIA CATOLICA, CON EL NOMBRE DE BENEDICTO-

Benedicto

(575-579) Nació en Roma. Elegido el 2.VI.575, un año después de sede vacante, murió el 30.VII.579. Trató inútilmente de restablecer el orden en Italia y en Francia turbadas por las invasiones bárbaras y ensangrentadas por discordias internas. Confirmó el V Concilio a Constantinopla

San Benedicto II

(684-685) Nació en Roma. Elegido el 26.VI.684, murió el 8.V.685. Restableció la inmunidad de asilo que las sectas en lucha no respetaban matando a sus adversarios. Logró desligar a la Iglesia del poder del Emperador que había sido introducido por Justiniano.
Benedicto III
(855-858) Nació en Roma. Elegido el 29.IX.855, murió el 17.IV.858. Amado por el pueblo por sus virtudes, fue obstaculizado por el Emperador y por el antipapa Anastasio que estuvo en sus funciones un mes. Intentó reunir todas las sectas en la lucha contra los sarracenos.
Benedicto IV
(900-903) Nació en Roma. Elegido el 1.II.900, murió en el VII.903. En medio de la universal corrupción supo conservar a la Santa Sede su integridad. Entre tantos odios buscó el camino de la justicia. Consagró a Ludovico de Borgoña, emperador de Roma.
Benedicto V
(964-966) Nació en Roma. Elegido el 22.V.964, murió el 4.VII.966. Fue exiliado en Hamburgo por Oton I hasta la muerte de León VIII. A la muerte del antipapa, Oton I, bajo presiones de los francos y romanos le reconoce la investidura. Murió en Hamburgo en fama de santidad.
Benedicto VI
(973-974) Nació en Roma. Elegido el 19.I.973, murió en el VI.974. Después de la muerte de Oton I se desencadenó la secta anti alemana que conquistó después de un duro asedio el castillo de San Ángel, lo encarceló y lo mandó asesinar. Convirtió al cristianismo al pueblo Húngaro.
Benedicto VII
(974-983) Nació en Roma. Elegido en el X.974, murió el 10.VII.983. Hombre de gran inteligencia trató de reprimir los abusos y la ignorancia que reinaban en Italia y en el mundo cristiano. Dio un gran impulso a la agricultura.
Benedicto VIII
(1012-1024) Nació en Roma. Elegido el 18.V.1012, murió el 9.IV.1024. Obstaculizado en su elección, pidió ayuda a Enrique II que se hizo coronar en Roma. Emanó leyes contra la simonía y el duelo. Estableció que los clérigos no se casasen.
Benedicto IX
(1032-1044) Nació en Roma. Elegido en el 1032, depuesto en el 1044. Subió al Solio papal a los 12 años. Fue impuesto al Rey de Bohemia de trasladar a Praga las reliquias de S. Adalberto. Benedicto se refugia en el Monasterio de Grottaferrata. Fue elegido Papa tres veces. (Vea su biografía completa en su Enciclopedia Católica)
Benedicto IX
(Segundo período)(1045-1045) Elegido por segunda vez el 10.IV.1045, renuncia el 1.V.1045. Después de 20 días fue nuevamente alejado por motivos de intereses económicos, políticos y por corrupción. Estamos en pleno "medioevo". (Vea su biografìa completa en su Enciclopedia Catòlica)
Benedicto IX
(Tercer período)(1047-1048)(d. c. 1055) Elegido por tercera vez el 8.XI.1047, renunció el 17.VII.1048. Después de ocho meses renuncia al pontificado por los Consejos de S. Bartolomeo, arrepentido de la vida turbulenta se hizo monje de S. Basilio a Grottaferrata donde murió y está enterrado.
Benedicto XII
(Francia)(1335-1342) Nació en Saverdum (Francia). Elegido el 8.I.1335, murió el 25.IV.1342. Obligado por Felipe VI a vivir en Francia intervino también en los asuntos romanos. Obligó a los obispos a conservar la residencia y reformó las órdenes benedictinas, franciscanas y dominicanas.
Artículos de este tema:

Magisterio de Benedicto XII

De la visión beatífica de Dios y de los novísimos

[De la Constitución Benedictus Deus, de 29 de enero de 1330]

Por esta constitución que ha de valer para siempre, por autoridad apostólica definimos que, según la común ordenación de Dios, las almas de todos los santos que salieron de este mundo antes de la pasión de nuestro Señor Jesucristo, así como las de los santos Apóstoles, mártires, confesores, vírgenes, y de los otros fieles muertos después de recibir el bautismo de Cristo, en los que no había nada que purgar al salir de este mundo, ni habrá cuando salgan igualmente en lo futuro, o si entonces lo hubo o habrá luego algo purgable en ellos, cuando después de su muerte se hubieren purgado; y que las almas de los niños renacidos por el mismo bautismo de Cristo o de los que han de ser bautizados, cuando hubieren sido bautizados, que mueren antes del uso del libre albedrío, inmediatamente después de su muerte o de la dicha purgación los que necesitaren de ella, aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio universal, después de la ascensión del Salvador Señor nuestro Jesucristo al cielo, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el reino de los cielos y paraíso celeste con Cristo, agregadas a la compañía de los santos ángeles, y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con visión intuitiva y también cara a cara, sin mediación de criatura alguna que tenga razón de objeto visto, sino por mostrárseles la divina esencia de modo inmediato y desnudo, clara y patentemente, y que viéndola así gozan de la misma divina esencia y que, por tal visión y fruición, las almas de los que salieron de este mundo son verdaderamente bienaventuradas y tienen vida y descanso eterno, y también las de aquellos que después saldrán de este mundo, verán la misma divina esencia y gozarán de ella antes del juicio universal; y que esta visión de la divina esencia y la fruición de ella suprime en ellos los actos de fe y esperanza, en cuanto la fe y la esperanza son propias virtudes teológicas; y que una vez hubiere sido o será iniciada esta visión intuitiva y cara a cara y la fruición en ellos, la misma visión y fruición es continua sin intermisión alguna de dicha visión y fruición, y se continuará hasta el juicio final y desde entonces hasta la eternidad.
Definimos además que, según la común ordenación de Dios, las almas de los que salen del mundo con pecado mortal actual, inmediatamente después de su muerte bajan al infierno donde son atormentados con penas infernales, y que no obstante en el día del juicio todos los hombres comparecerán con sus cuerpos ante el tribunal de Cristo, para dar cuenta de sus propios actos, a fin de que cada uno reciba lo propio de su cuerpo, tal como se portó, bien o mal [2 Cor. 5, 10].

Errores de los armenios

[Del Memorial lam dudum, remitido a los armenios el año 1341]

4. Igualmente lo que dicen y creen los armenios, que el pecado de los primeros padres, personal de ellos, fue tan grave, que todos los hijos de ellos, propagados de su semilla hasta la pasión de Cristo, se condenaron por mérito de aquel pecado personal de ellos y fueron arrojados al infierno después de la muerte, no porque ellos hubieran contraído pecado original alguno de Adán, como quiera que dicen que los niños no tienen absolutamente ningún pecado original, ni antes ni después de la pasión de Cristo, sino que dicha condenación los seguía, antes de la pasión de Cristo, por razón de la gravedad del pecado personal que cometieron Adán y Eva, traspasando el precepto divino que les fue dado. Pero después de la pasión del Señor en que fue borrado el pecado de los primeros padres, los niños que nacen de los hijos de Adán no están destinados a la condenación ni han de ser arrojados al infierno por razón de dicho pecado, porque Cristo, en su pasión, borró totalmente el pecado de los primeros padres.
5. Igualmente, lo que de nuevo introdujo y enseñó cierto maestro de los armenios, llamado Mequitriz, que se interpreta paráclito, que el alma humana del hijo se propaga del alma de su padre, como un cuerpo de otro, y un ángel también de otro; porque como el alma humana, que es racional, y el ángel, que es de naturaleza intelectual, son una especie de luces espirituales, de si mismos propagan otras luces espirituales.
6. Igualmente dicen los armenios que las almas de los niños que nacen de padres cristianos después de la pasión de Cristo, si mueren antes de ser bautizados van al paraíso terrenal en que estuvo Adán antes del pecado; mas las almas de los niños que nacen de padres cristianos después de la pasión de Cristo y mueren sin el bautismo, van a los lugares donde están las almas de sus padres.
17. Asimismo, lo que comúnmente creen los armenios que en el otro mundo no hay purgatorio de las almas porque, como dicen, si el cristiano confiesa sus pecados se le perdonan todos los pecados y las penas de los pecados. Y no oran ellos tampoco por los difuntos para que en el otro mundo se les perdonen los pecados, sino que oran de modo general por todos los muertos, como por la bienaventurada María, los Apóstoles...
18. Asimismo, lo que creen y mantienen los armenios que Cristo descendió del cielo y se encarnó por la salvación de los hombres, no porque los hijos propagados de Adán y Eva después del pecado de éstos contraigan el pecado original, del que se salvan por medio de la encarnación y muerte de Cristo, como quiera que dicen que no hay ningún pecado tal en los hijos de Adán; sino que dicen que Cristo se encarnó y padeció por la salvación de los hombres, porque los hijos de Adán que precedieron a dicha pasión fueron librados del infierno, en el que estaban, no por razón del pecado original que hubiera en ellos, sino por razón de la gravedad del pecado personal de los primeros padres. Creen también que Cristo se encarnó y padeció por la salvación de los niños que nacieron después de su pasión, porque por su pasión destruyó totalmente el infierno...
19.... Hasta tal punto dicen los armenios que dicha concupiscencia de la carne es pecado y mal, que hasta los padres cristianos, cuando matrimonialmente se unen, cometen pecado, porque dicen que el acto matrimonial es pecado, y lo mismo el matrimonio...
40. Otros dicen que los obispos y presbíteros de los armenios nada hacen para la remisión de los pecados, ni de modo principal ni de modo ministerial, sino que sólo Dios perdona los pecados; ni los obispos y presbíteros se emplean para la remisión dicha por otro motivo, sino porque ellos recibieron de Dios el poder de
hablar y, por eso, cuando absuelven dicen: "Dios te perdone tus pecados"; o "yo te perdono tus pecados en la tierra y Dios te los perdone en el cielo".
42. Asimismo, dicen y sostienen los armenios que para la remisión de los pecados basta la sola pasión de Cristo, sin otro don alguno de Dios, aun gratificante: ni dicen que para hacer la remisión de los pecados se requiera la gracia de Dios, gratificante o justificante, ni que en los sacramentos de la nueva ley se dé la gracia de Dios gratificante.
48. Asimismo, dicen y sostienen los armenios que si los armenios cometen una so!a vez un pecado cualquiera; excepto algunos, su iglesia puede absolverlos, en cuanto a la culpa y a la pena de dichos pecados; pero si uno volviera luego a cometer de nuevo dichos pecados, no podía ser absuelto por su iglesia.
49. Asimismo, dicen que si uno toma una tercera o cuarta mujer o más, no puede ser absuelto por su iglesia, porque dicen que tal matrimonio es fornicación...
58. Asimismo, dicen y sostienen los armenios que para que el bautismo sea verdadero se requieren tres cosas, a saber: agua, crisma y Eucaristía; de modo que si uno bautiza a alguien con agua diciendo: Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén, y luego no le ungiera con dicho crisma, no estaría bautizado. Tampoco lo estaría, si no se diera el sacramento de la Eucaristía.
64. Asimismo, dice el Católicon de Armenia Menor que el sacramento de la confirmación no vale nada, y, por si algo vale, él dio licencia a sus presbíteros para que confieran dicho sacramento.
67. Asimismo, que los armenios no dicen que después de pronunciadas las palabras de la consagración del pan y del vino se haya efectuado la transustanciación del pan y del vino en el verdadero cuerpo y sangre de Cristo, el mismo cuerpo que nació de la Virgen María y padeció y resucitó; sino que sostienen que aquel sacramento es el ejemplar o semejanza, o sea, figura del verdadero cuerpo y sangre del Señor...; por lo que al sacramento del Altar no le llaman ellos el cuerpo y sangre del Señor, sino hostia, o sacrificio, o comunión...
68. Asimismo, dicen y sostienen los armenios que si un presbítero u obispo ordenado comete una fornicación, aun en secreto, pierde la potestad de consagrar y administrar todos los sacramentos.
70. Asimismo, no dicen ni sostienen los armenios que el sacramento de la Eucaristía, dignamente recibido, opere en el que lo recibe la remisión de los pecados, o la relajación de las penas debidas por el pecado, o que por él se dé la gracia de Dios o su aumento, sino que el cuerpo de Cristo entra en el cuerpo del que comulga y se convierte en el mismo, como los otros alimentos se convierten en el alimentado...
92. Asimismo, entre los armenios sólo hay tres órdenes, que son acolitado, diaconado y presbiterado, órdenes que los obispos confieren con promesa o aceptación de dinero. Y del mismo modo se confirman dichos órdenes del presbiterado y del diaconado, es decir, por la imposición de la mano diciendo algunas palabras, sin más mutación sino que en la ordenación del diácono se expresa el orden del diaconado, y en la ordenación del presbítero, el del presbiterado. Pero ningún obispo puede entre ellos ordenar a otro obispo sino sólo el Católicon...
95. Asimismo, el Católicon de la Armenia Menor dio potestad a cierto presbítero para que pudiera ordenar diáconos a cuantos de sus súbditos quisiera...
109. Asimismo, entre los armenios no se castiga a nadie por error alguno que defienda... [hay 117 números].
Benedicto XIII
(1724-1730) Nació en Gravina (Puglie). Elegido el 4-V-1724, murió el 2-III-1730. Se ocupó principalmente del magisterio espiritual. En ocasión del 17º Año Santo (1725) inauguró la espléndida escalera de Trinidad de los Montes en Roma. Canonizó a S. Luis Gonzaga, y S. Estanislao patrón de Polonia.

Benedicto XIV

De familia noble, Próspero Lambertini n. en Bolonia el 31 mar. 1675, se distinguió desde los primeros años de sacerdocio - cuyos estudios realizara en su ciudad natal, alternándolos con los de Derecho-, por la amplitud de sus conocimientos científicos, especialmente de índole jurídica. Llegó a ser el mejor canonista de su siglo y publicó obras que son clásicos de la canonística, especialmente en los temas referentes al sínodo diocesano y a los procesos de beatificación y canonización.
Estos conocimientos jurídicos le valieron desde muy pronto la estima de los altos círculos pontificios que depositaron en él su confianza para el desempeño de cargos de relieve. Abogado del Consistorio, Promotor de la Fe, Prelado doméstico, canónigo en S. Pedro, secretario de la Congregación del Concilio y canonista de la Penitenciaria, fue designado arzobispo de Teodosia in partibus infidelium por Benedicto XIII, que le profesaba una gran admiración y que lo elevó al cardenalato en 1728. Nombrado arzobispo de su ciudad natal por Clemente XII ( 1730), en la labor realizada en el gobierno de esta diócesis se encuentran ya delineados los grandes parámetros que encuadrarían su pontificado: incesantes campañas para estimular al estamento eclesiástico a una vida espiritual intensa y profunda, cristianización de todas las corrientes y formas de vida de signo positivo nacidas al margen de la tradición católica; diálogo entre Iglesia y mundo; fomento y mecenazgo de obras culturales; promoción cívica del elemento femenino, llegando, incluso, en este terreno a nombrar a dos mujeres para regentar cátedras universitarias, etc.
Tras haberse frustrado las candidaturas polarizadas hacia posiciones radicales en el contexto internacional de la época, y después de uno de los cónclaves más prolongados de la Iglesia moderna, fue elegido, como sucesor de Clemente XII, por unanimidad. La inmensa actividad gobernante de B. se canalizaría, principalmente, como ya sucediera en Bolonia, a través de dos cauces: reforzamiento, depuración y plenitud de la vida interna de la Iglesia, y su apertura hacia horizontes a los que hasta entonces había permanecido, en gran parte, cerrada. Entre sus numerosas iniciativas en el primer aspecto cabe destacar las siguientes: esfuerzos por suprimir el nepotismo en los Estados Pontificios y racionalizar su caótica maquinaria administrativa; lucha contra el absentismo episcopal y sacerdotal, disponiendo a través de sus escritos en dicha materia una reglamentación muy estricta y pormenorizada; creación de la Congregación de Seminarios, destinada a reavivar en toda su extensión los reglamentos y disposiciones dados por el Concilio Tridentino en la citada temática, que constituyó siempre uno de los extremos a que más atención consagrara, etc. Especial alusión merece en la faceta ya señalada, el interés por elevar el nivel intelectual del clero y situar a la Iglesia en la vanguardia del desarrollo cultural. Índice elocuente, aunque no único de ello, es el incremento dado, en las escuelas y centros de formación religiosa, a las ciencias experimentales, creándose en la Universidad Pontificia cátedras y laboratorios de Física y Química; fundación de la Bibliotheca Orientalis y de otras destinadas al estudio de la antigüedad clásica y cristiana por medio de cuatro Academias romanas, obra también del Pontífice, que solía presidir sus reuniones; aumento espectacular de los fondos de la Biblioteca Vaticana; apoyo incondicional a los sabios y eruditos eclesiásticos de la época, etc.
La comprensión manifestada por el Pontífice hacia las nuevas formas de vida, alumbradas en el transcurso de los primeros siglos de la Edad Moderna, se explicitó igualmente por medio de múltiples medidas e intervenciones, encaminadas todas a adaptar el mensaje evangélico a las circunstancias de la época. En este sentido, su encíclica Vixpervenit ( 1745) señalaba un punto y aparte en la actitud tradicional de la Iglesia acerca de la usura, situando en sus páginas el tema en un plano que conciliaba los intereses y necesidades temporales con las exigencias de la moral y doctrina cristianas. Del mismo modo, su Bula Matrimonia (4 nov. 1741), conocida comúnmente con el nombre de Declaratio Benedictina, abría nuevos y fructíferos caminos a la legislación matrimonial, particularmente en los países de minorías católicas. Conocedor de que las ásperas luchas entre los sistemas filosóficos que se disputaban la primacía del pensamiento católico, daban a éste, ante la mentalidad laica y profana de los cultivadores de la ciencia, un indisimulable matiz de intransigencia e intolerancia, insistió en repetidas ocasiones en las diferencias que separaban las afirmaciones y opiniones de escuela del magisterio dogmático y pontificio. Con ello el papa Lambertini ensanchó las vías del diálogo y la comunicación entre la Iglesia y los sectores intelectuales, particularmente los situados al margen de la fe. La popularidad, ya alcanzada entre ellos por la publicación de sus novedosas y excelentes obras - que serían recogidas durante su pontificado en la llamada «edición romana» por el jesuita Manuel de Azevedo-, se vio acrecentada con las medidas que adoptara con relación al famoso Indice Romano, del que suprimiría algunos decretos, como la condenación de Galileo, dictando a su Congregación nuevas reglas favorables a la libertad de pensamiento. Dada la intensidad de las luchas doctrinales en las esferas eclesiásticas y de las tendencias inmovilistas de algunos círculos de la Santa Sede, gran parte de su labor innovadora fue tachada de condescendiente e incluso claudicante al espíritu mundano y a las modas y corrientes, de raíces anticristianas, de la época. Sin embargo, su actitud, tendente siempre a la superación de maximalismos y fáciles antinomias, se mostró en todo momento inflexible en materias dogmáticas. Así, p. ej., su reconocimiento de las excelentes dotes de estilista de Voltaire no impidió la prohibición de sus obras, una de las cuales aquél le había dedicado expresamente. Su tajante condenación de la masonería (18 mayo 1751) mediante la bula Providas Romanorum es también un elocuente testimonio de la firmeza doctrinal del papa Lambertini.
Benedicto XIV, diplomático. Idéntica actitud de ampliar y extender las dimensiones y radios de acción de la Iglesia a través de fórmulas conciliadoras, que salvaran el depósito de la fe y la esencial de las pretensiones pontificias a costa de concesiones en materias accidentales, se encuentra en las relaciones del papa Lambertini con los Estados de la época. Su aguda inteligencia supo abrir brechas en las corrientes cesaropapistas informadoras de la actitud de diversas monarquías católicas hacia la Santa Sede. Con exacto sentido de las realidades de su tiempo, relegó las aspiraciones teocráticas alimentadas por algunos sectores de la Curia solidarios con la política desplegada a este respecto por Benedicto XII, y se esforzó en encontrar, a través de textos concordatarios, soluciones positivas a los problemas que dificultaban los contactos entre ciertos Estados católicos y el Pontificado. Poco después de su elevación a la Silla de San Pedro, se estipulaba, en 1741, un concordato con Carlos VII de Nápoles, en cuyos consejeros el recelo y la animadversión hacia Roma alcanzaban temperaturas muy elevadas. Un año más tarde, un nuevo concordato refrendó las negociaciones entabladas desde los inicios de su Pontificado con Carlos Manuel III de Saboya. El concordato firmado con España en 1753 fue el menos provechoso para la Santa Sede de los acordados por el papa Lambertini, que, ante una situación en extremo compleja y mal planteada por su predecesor, debió aceptar las condiciones impuestas por la Corona española para su conclusión, que consagraba los principios más caros de la tradición regalista. Un acuerdo con Portugal, firmado poco antes de su muerte, completó su vasta obra diplomática. De entre sus esfuerzos por mejorar y potenciar la vida de la Iglesia en países no católicos, ocupa un lugar sobresaliente la reconciliación con Prusia, cuyo monarca, Federico II, gran admirador del Pontífice, allanó las dificultades opuestas al ejercicio del apostolado a los miembros de la «Misión del Norte» y encuadró sin ninguna violencia confesional, en el marco de sus Estados, a la católica Silesia. Como gran buscador de caminos de entendimiento entre el mundo y la Iglesia, su muerte fue sincera y unánimemente lamentada por los pueblos protestantes. Las directrices fundamentales que habían dado savia a su programa quedarían, en el curso posterior de la historia del Pontificado, truncadas en gran parte hasta las fronteras de la contemporaneidad.

Bibliografía.

Opera omnia, 17 vol., Prato 1839-47; E. MORELLI, Tre profili, Roma 1955; L. PASTOR, Historia de los Papas, Barcelona 1910-61; D. ROPS, La Iglesia de los tiempos clásicos, Barcelona 1960; E. APPOLIS, Le Tiers Partid catholique au XVIII siecle, París 1960 (fundamental para el planteamiento doctrinal de su pontificado); E. PRECLIN y E. IARRY, Les luttes politiques et doctrinales aux XVII et XVlll siecles. París 1956 (positivista).

Benedicto XV

Benedicto XV (Giacomo Della Chiesa) n. en Génova el 21 nov. 1845, hijo de los marqueses Giuseppe Della Chiesa y Giovanna Migliorati. Comenzó sus primeros estudios en la casa paterna; los siguieron en una escuela privada, y después los cursos secundarios en el seminario diocesano de su ciudad natal. Terminado el bachillerato en el verano de 1871, hubiera deseado seguir el camino del sacerdocio; pero, por deseo de su padre, en otoño del mismo año se matriculó en la Facultad de Derecho de la Univ. de Génova, consiguiendo la licenciatura el 5 ag. 1875 con una disertación sobre La interpretación de las leyes. Sin obstáculos ya para seguir su vocación sacerdotal entró en noviembre de ese mismo año en el Colegio Capránica de Roma, y siguió los cursos de teología en la Pontificia Univ. Gregoriana, sin descuidar los estudios de Derecho canónico, por los que tenía predilección. Celebró su primera misa en S. Pedro el 21 dic. 1878. Entre tanto, del Capránica había pasado a la Pontificia Academia Eclesiástica que prepara a los diplomáticos al servicio de la Santa Sede. En 1881, en el periodo de aprendizaje en la Secretaría de Estado, llamó la atención del entonces secretario para los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, mons. Mariano Rampolla del Tindaro, que, nombrado nuncio apostólico en España, en 1882, le eligió como secretario particular. En Madrid aprendió fácilmente a expresarse en español y, mientras perfeccionaba su formación al lado del nuncio, dedicó todas sus horas libres al ministerio sacerdotal y a la práctica de la caridad. Con ocasión de la epidemia de cólera (1885), se prodigó por los enfermos con generosidad sin límites. Volvió a Roma en 1887. Rampolla, elevado al cardenalato en el consistorio del 14 mar. de aquel año, había llegado a ser Secretario de Estado con León XIII. Oella Chiesa fue minutante de la Secretaría de Estado. Vivía con su familia y ejercitaba con celo su ministerio sacerdotal. Entre tanto, la colaboración asidua con el card. Rampolla desarrolla y profundiza en Della Chiesa sus grandes talentos naturales. En 1901 el minutante es promovido al cargo de Sustituto de la Secretaría de Estado; cargo que conserva durante los primeros cuatro años del pontificado de San Pío X. A Rampolla sucedió en el cargo de secretario de Estado mons. Rafael Merry del Val, que sólo más tarde recibiría el título cardenalicio retirándose aquél, en su calidad de cardenal arcipreste de la basílica de S. Pedro, al palacete, hoy demolido, reservado a quien ostentaba tal cargo, llevando una vida de ascesis y de recogimiento, que no turbaban ni sus viejos amigos; m. el 13 dic. 1913. Giacomo Della Chiesa fue nombrado arzobispo de Bolonia en octubre de 1907. Pío X le consagró personalmente en la Capilla Sixtina, el 22 de diciembre del mismo año. Su espíritu sacerdotal alcanza la plenitud pastoral y se derrama en un ministerio generoso e incansable. Los tiempos eran difíciles: la crisis modernista había originado un clima de inquietud en el mundo eclesiástico. En este ambiente, la promoción de mons. Della Chiesa pareció a muchos algo semejante a un destierro: el sustituto de la Secretaría de Estado era relegado a Bolonia y observado atentamente. El hecho de que, contrariamente a la costumbre, no fuese al poco tiempo elevado al cardenalato, pareció confirmar estas hipótesis. La elevación a la púrpura no llegó hasta siete años más tarde, en el consistorio del 25 mayo 1914, último del pontificado de S. Pío X; le fue asignado el título presbiterial de los S. Cuatro Coronados. Pocos meses después, el 20 ag. 1914, moría Pío X. El cardenal-arzobispo de Bolonia, con los otros miembros del Sacro Colegio, entraba en cónclave el 31 del mismo mes y, la mañana del 3 sept. 1914, el cardenal protodiácono Francesco Salesio della Volpe, anunciaba desde lo alto de la galería exterior de la basílica de S. Pedro, la elección de Giacomo Della Chiesa que, en memoria del otro arzobispo de Bolonia elevado a la cátedra de S. Pedro, el card. Próspero Lambertini, había tomado el nombre de 8enedicto XV. Europa vivía horas dramáticas. El primer conflicto mundial tendía a dilatarse cada vez más. S. Pío X, casi a punto de morir, había pedido a todos los católicos del mundo que hicieran impetraciones públicas para que, «casi obligado por las plegarias de los buenos» Dios acabara con la visión funesta de la sangre. A los cinco días de la elección Benedicto XV abrió su alma, manifestando la amargura y el horror que le habían embargado al dirigir su mirada al pueblo de Dios y a la humanidad. Había nombrado secretario de Estado a un antiguo alumno de Rampolla, el card. Domenico Ferrata, nuncio en Bélgica y cultivador profundo del Derecho, Desaparecido este colaborador en octubre, el Papa llamó para sucederle a otro jurista, el card. Pietro Gasparri. No era casualidad. En su primera Encíclica ( Ad Beatissimi Apostolorum Principis: 1 nov. 1914) se delinearon, en efecto, las primeras orientaciones de su pontificado, que fueron precisándose poco a poco hasta asumir una forma cumplida, casi sistemática. En un mundo dominado y arrastrado por la fuerza, era necesario afirmar el derecho. A finales de aquel mismo mes de noviembre propuso a los beligerantes una tregua navideña; faltó unanimidad en el consentimiento por parte de ambos bandos y no se logró nada. El 24 de diciembre se dolió de ello el Papa dirigiéndose a los cardenales; pero añadiendo que no se resignaba al fracaso: «... Nos parece que el Divino Espíritu nos dice: 'clama, no ceses'.». Eran éstos discursos que los gobiernos en guerra no querían escuchar. Miraban al Papa y pedían su alta intervención, pero para que tomase posición denunciando y condenando. y era una solicitud que procedía de ambos campos. Benedicto XV tomó resueltamente la defensa de los oprimidos por el poder del más fuerte (Alocución consistorial del 22 en. 1915); por la negación de la libertad de los mares (7 mayo 1915); y por las deportaciones de los civiles (4 dic. 1916). Todos comprenden que el Papa condena la invasión de Bélgica, el hundimiento del Lusitania, el trato dado a las poblaciones civiles en los países invadidos por los alemanes. Los aliados desearían que las responsabilidades germánicas fuesen denunciadas y reprobadas pública y severamente; pero el Papa está por el derecho contra quienquiera que lo viole; y mira, más allá de la guerra, a los arduos problemas de la paz, que antes o después, se plantearán a los responsables de pueblos y naciones. Así toma forma y extensión, mientras la Santa Sede está empeñada con todas sus fuerzas en aliviar los sufrimientos de la guerra, el proyecto de una paz fundada en la justicia, sin vencedores ni vencidos; es decir, asegurada por el derecho de gentes y no por las armas. Este proyecto tomará su forma más completa en la nota del 1 ag. 1917 de Benedicto XV a los Gobiernos beligerantes. Este paso, precedido por sondeos diplomáticos discretos, en los cuales se distinguió el aún joven nuncio en Baviera, mons. Eugenio Pacelli, tendía a que se pusiese fin a la «inútil destrucción» y proponía una paz negociada, sin vencedores ni vencidos, fundada sobre seis principios fundamentales: 1) desarme y arbitrio obligatorio para resolver las disputas entre las naciones; sanciones para quien no lo aceptase; 2) libertad garantizada de los mares; 3) condonación recíproca de los daños y de los gastos de guerra; 4) restitución de los territorios ocupados; 5) regulación de las cuestiones territoriales en armonía con las aspiraciones de los pueblos; 6) examen particular de las cuestiones territoriales de Polonia, de los Balcanes y de Armenia. La valiente iniciativa no tuvo éxito. Algunos Gobiernos la acogieron bien; otros con no disimulada hostilidad. Incluso se reprochó al Papa por parcialidad, o por haber desanimado a los combatientes definiendo a la guerra como «inútil destrucción». No se puede excluir que en los Gobiernos británico y francés influyese, además, una cláusula secreta del pacto de Londres que, en mayo de 1915, había comprometido a Italia a tomar parte en la guerra al lado de las potencias aliadas. El Gobierno de Roma había pedido y obtenido (articulo 15 del tratado) que la Santa Sede fuese excluida de toda gestión de paz. Pero sólo hacia finales de 1917 se tuvo noticias de esta cláusula, precisamente cuando los soviéticos, dueños ya del poder, publicaron los documentos secretos existentes en la Cancillería imperial rusa. La exclusión, pretendida y obtenida por el Gobierno italiano, confirmaba lo anormal que era, todavía en 1915, la posición de la Santa Sede a causa de la irresoluta «cuestión romana».
A la acción diplomática, Benedicto XV asoció, intensísima, la de la caridad, dirigida a aliviar los sufrimientos materiales y morales derivados de la guerra. Decenas de millares de prisioneros inválidos fueron intercambiados por los beligerantes; otros prisioneros, gravemente enfermos, fueron asilados en Suiza, tierra neutral; una oficina de información, constituida en el Vaticano, trabajó intensamente para buscar desaparecidos, internados, prisioneros, y por restablecer los ligámenes rotos con las familias de origen. De toda esta acción fue animador el ímpetu apostólico de caridad del Papa.
Como es conocido, al terminar el primer conflicto mundial se constituyó la Sociedad de Naciones, auspiciada por el presidente de los Estados Unidos para asegurar la paz en la seguridad de todos los Estados. Pero no surgió sobre la base, indicada por el Papa, de una paz de reconciliación. El pacto institucional de la Sociedad de Naciones, el Covenant, era parte integrante del tratado de Versalles, es decir, de una paz impuesta con la fuerza, y carecía, además, del requisito indispensable de la universalidad: permanecieron fuera los Estados Unidos, aun siendo los promotores; fueron excluidos en un primer tiempo los países vencidos; la URSS no perteneció durante mucho tiempo. Benedicto XV, que desde el cese de las hostilidades había implorado varias veces más a los hombres y a los responsables de las naciones la reconciliación de las almas, resumió sus amonestaciones en la encíclica Pacem Dei munus pulcherrimum del 23 mar. 1920.
Otros aspectos del pontificado de Benedicto XV merecen ser recordados; no se puede olvidar la promulgación del Código de Derecho Canónico. La codificación, querida por Pío X y dirigida por el card. Pietro Gasparri, fue completada bajo Benedicto XV, que la promulgó con la Constitución Providentissima Mater Ecclesia del 27 mayo 1917. También por orden suya en 1919, durante la conferencia de paz que se realizaba en Versalles, se efectuaron los primeros sondeos cerca de hombres de Gobierno italianos para la solución de la cuestión romana. La guerra, ya se ha visto, había mostrado cuán anormal era la posición de la Santa Sede y cómo su acción había sido obstaculizada por este grave problema, siempre abierto.
Benedicto XV murió, después de breve enfermedad, el 22 en. 1922, ofreciendo su vida como su predecesor por la paz del mundo. Débil de cuerpo, tuvo un gran ánimo, una inteligencia profunda e iluminada, y una esforzada tenacidad.
Sólo en los últimos años los historiadores objetivos comienzan a reconocer, junto con estos dones, su imparcialidad y su previsión profética. Fue hombre de caridad sin límites, hasta el punto de que alguno le consideró pródigo y no siempre prudente; frente al sufrimiento humano, prefería equivocarse por exceso más que por defecto. Una vena constante de humorismo le acompañó en todo su itinerario terreno, y al evocar su bondad noblemente generosa, incapaz de revestimientos, se refieren de él episodios y palabras que le avecinan en nuestra humanidad más como hermano que como padre.

Bibliografía.

E. VERCESI, II Vaticano, il papa e la guerra, Milán 1928; ÍD., Tre Papi, Milán 1928; F. VISTALLI, Benedetto XV, Milán 1955; G. B. MIGLIORI, Benedetto XV, Milán 1955; F. HAYWARD, Un pape méconnu, Benoit XV, París-Tournai, 1955; Benedetto XV: i cattolici e la prima guerra mondiale, en «Atti del Convegno di studio tenuto a Spoleto nei giorni 7-8-9 settembre 1962», Roma 1963, 12-904; G. JARLOT, Doctrine pontificale et histoire, Roma 1964.

Benedicto XVI


Actual pontífice de la Iglesia Católica

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