martes, 16 de junio de 2015

¿Por qué los sociólogos nos preguntamos para qué sirve la Sociología?

¿Por qué los sociólogos nos preguntamos para qué sirve la Sociología?

Uno de los elementos característicos de la Sociología como ciencia es su recurrente ejercicio de pensarse a sí misma. Esta reflexión ha estado orientada hacia tres grandes preguntas: ¿cuál es su objeto de estudio? ¿Cómo adaptar el método científico a la comprensión de dicho objeto? Y ¿cuál es el propósito o utilidad del conocimiento resultante de la acción científica emprendida?
Rumbo a 200 años de cuando Auguste Comte comenzara a esbozar la necesidad de esta nueva ciencia, la cual cobraría vida en su libro Discurso sobre el Espíritu Positivo (1844), la realidad evidencia que este debate sigue en pie de lucha entre los herederos del legado de este pensador francés. Ejemplo de ello es este artículo y las publicaciones que destaco, las cuales han sido divulgadas en los últimos 10 años en diversos países, pero todas con una misma pregunta en común: ¿para qué sirve la Sociología?
Dichas referencias se suman a una lista más extensa de textos, artículos, debates, foros, seminarios y congresos en donde los científicos sociales hemos discernido sobre la vigencia de nuestra ciencia. Este artículo no pretender ofrece una revisión histórica sobre la temática. Su finalidad, es dar un esbozo o pequeño estado del arte, acerca de cómo se ha reflexionado ante esta pregunta en la última década. Con ello, se busca brindar bases para una investigación más extensa, delinear las diversas aristas de la problemática y resaltar un camino a seguir.
Una primera aproximación a la pregunta que intitula este artículo es que la sociología es víctima de su propio origen. Es imposible deslindar el origen de esta ciencia con el desarrollo y auge de la Modernidad, así como también a sus vaivenes y declive.
Como destaca Javier Seoane (2007), “el positivismo jugó un papel central en la conformación primera del campo sociológico decimonónico. La sociología fue concebida como una ciencia semejante a la natural, abocada al descubrimiento de las leyes que operaban en el funcionamiento de la vida social y con una actitud práctica de reforma social por medio de la tecnocracia de ingenieros sociales”.
Desde sus inicios, la Sociología pretendió brindar solución a los problemas sociales que acaecían en su época. Teniendo de fondo el principio del Orden – Progreso, Comte vislumbraba que la ciencia (como conocimiento verdadero); ofrecía la garantía de una visión coherente de la realidad, ante la cual poder establecer las líneas de acción adecuadas, para el logro de valores superior, los cuales se englobaban en las nociones de Progreso y Civilización.
Esta certeza trajo como consecuencia, que la Sociología cobrara vida dentro un marco epistemológico que entendía la realidad como objetiva, verificable y analizable en términos de relaciones concomitantes entre variables, y que permitían así, formular principios de acción (leyes). Como destaca Seoane (2007):
“El positivismo también pretendió constituirse en una respuesta sólida a la crisis generada por la proliferación de sentidos por parte de los filósofos de la Ilustración. Comte pensó que el estado de la anomia social de la Francia postrevolucionaria derivaba en gran medida del desacuerdo generalizado por las metafísicas, basadas todas en la opinión (doxa)  y jamás científica (episteme).
Precisamente, el positivismo anunciaba la llegada del estadio científico y definitivo, pues, de la ciencia siempre sale un conocimiento firme y único de la realidad. Por consiguiente, el desarrollo de la ciencia y una educación positiva popularizada conllevaría el acuerdo social en unas metas únicas y certeras”
Esta convicción como es bien sabido, ha quedado a un lado una vez que el desarrollo de la fenomenología y la hermenéutica se abrieron paso para demostrar que los principios bajo los cuales se sustenta el método científico no son “tan sólidos” como se pensó. Sino que por el contrario, abrieron la discusión sobre la fiabilidad de los consensos o acuerdo fijados bajo los cuales se analiza e interpreta los objetos de estudio, entendiendo que los mismos, son una resultante intersubjetiva de quienes dan vida a los fenómenos sociales.
La ciencia en última instancia es, como el resto de los aspectos de la vida social, un producto cultural que responde a la dinámica misma del entramado social. Dicho en una palabra, es una construcción social. Como indica Seoane (2007), “el científico social no puede acceder a la realidad social en términos de la mera observación, antes necesita comprenderla. Y para comprender tiene que pertenecer al mundo de la vida de los actores”.
La Sociología nace partiendo de una visión de la realidad social que restringe su propia comprensión y análisis del “objeto”. Los aportes de los clásicos o fundadores de la ciencia, se entienden que están circunscritos a los parámetros históricos, sociales y culturales que conformaron sus teorías o análisis. Por ello, es la recurrente tarea de revisar la historia de la Sociología para identificar qué puede funcionar hoy día. El conocimiento no necesariamente es acumulativo y perdurable en el tiempo, pero sirve de marco de referencia.
Por tal motivo, la Sociología se ve en la necesidad adaptarse siempre a la realidad social en una suerte de “correr más rápido” o “anticiparse” a los cambios. Bien sabida es la anécdota de Parsons preguntándose ¿quién lee a Spencer?, y en menos de una década, Gouldner se preguntaba ¿quién lee a Parsons? Quizás estemos próximos a que alguien escriba: ¿quién lee a Bourdieu o a Bauman?
Esta conclusión nos lleva a una segunda vertiente y certeza de la problemática que lleva a que los sociólogos cuestionemos nuestra ciencia repetidas veces: no existe una Sociología sino Sociologías.
La visión de Comte quedó plasmada en su idea de una física social. Amplias han sido las revisiones y reflexiones acerca de esta posibilidad y de la eficacia o desarrollo de las ciencias sociales de la mano de un único paradigma.
Tomando como referencia la imagen del prisma y el haz luz, el pensamiento científico modernista/positivista, parte de la base que un conjunto de postulados permiten abarcar la realidad y comprenderla a cabalidad. Iniciando en la luz blanca, la comprensión de la realidad es posible porque se abarcan todos los espectros de colores.
La Sociología inició así, pero en pocas décadas tras su creación, la realidad social confrontó a los teóricos y evidenció el espectro de diversos y plurales colores frente al cual no era posible comprender lo social bajo un mismo lente. ¿Quién tenía la razón?: ¿Comte? ¿Saint Simon? ¿Spencer? ¿Simmel? ¿Tönnies? ¿Weber? ¿Durkheim? ¿Marx? Podría ser más extensa la lista de autores, pero cada uno de estos “clásicos” con su enfoque, propuesta, metodología y marco teórico, reafirman las gamas de colores que buscaron en su momento llegar a ser el haz de luz blanca unificador.
El siglo XX no fue su excepción, y muchos menos con la llegada de la fenomenología, la hermenéutica, la lingüística, el constructivismo, el estructuralismo, los neo-kantianos o los críticos. La única certeza de nuestra realidad científica, es que todos los enfoques han sido y siguen siendo válidos, y no es posible abarcar la realidad social desde un único paradigma. Siguiendo el análisis propuesto por Seoane (2007),
“[desde el postpositivismo] lo que tenemos en torno a los objetos de “la realidad” son interpretaciones. Y las interpretaciones son modos de dar sentido al mundo; es más, son modos de construir el mundo. Las interpretaciones están, entonces, en función de la acción humana.
Las sociologías son, en consecuencia, lenguajes sobre el mundo humano; lenguajes que pretenden cierta rigurosidad en su construcción asertórica sobre el mundo – esto es, sometidas a controles del universo disciplinario propios de los campos científicos. No obstante, dentro del universo delimitado por los controles institucionales del discurso y los campos científicos caben diversas interpretaciones acerca de los hechos del mundo (…) para un mismo conjunto de hechos caben siempre varios discursos que lo interpreten”.
SI hablamos de Sociologías, una tercera reflexión al problema gira en torno al valor o impacto social. Más allá de un mero hecho pragmático, la reflexión sobre el impacto de la ciencia en la sociedad, conlleva a cuestionar su eficacia ante la diversidad de métodos, teorías y temas de análisis. En última instancia ¿qué percepción existe en la sociedad acerca del papel de un sociólogo?
Ejemplo de ello, resaltan las reflexiones acaecidas tanto en España como en México, enmarcadas en la crisis y cambios socioeconómicos que han vivido ambos países. La Sociología ha sido puesta a prueba al reflexionar sobre su función dentro del cambio social que viven estas naciones.
En el caso español, como resume José Beltrán (2014) en su artículo, la Federación Española de Sociología ha invertido los últimos años en generar una reflexión y propuestas que encaminen un sendero para la ciencia. Como señala el autor, algunas de las conclusiones del Congreso de Sociología realizado en la ciudad de Valencia-España a finales del 2013, evidencian la preocupación:
[Existe] Una notable disparidad de situaciones en cuanto a la ubicación de la sociología en estructuras departamentales y de centros [dentro del ámbito universitario].
Necesidad de una mayor colaboración y diálogo entre el ámbito académico y el ámbito profesional.
Importancia de un mayor esfuerzo de visibilización de la sociología.
Constatación de una diversidad, propia de la disciplina que, entendida como dispersión, puede convertirse en debilidad, si bien entendida como versatilidad, constituye una fortaleza.
Sigue siendo recurrente la pregunta, que formulan diferentes actores sociales (estudiantado, administración, sociedad civil, empresariado…), a la que es necesario dar una respuesta estratégica y pedagógica: ¿para qué sirve la sociología?
Siguiendo esta línea, Teresa González (2014), expresa que existe “una queja” recurrente hacia el que hacer sociológico:
“la separación tajante entre los temas y las técnicas (…) El exceso de teoría y el déficit metodológico, la incapacidad de traducir los problemas de los textos académicos a las realidades  sociales actuales (…) La permanencia y reproducción de las dicotomías entre la sociología académica/científica/teórica y la sociología de mercado/no científica/aplicada en la formación de las y los profesionales de la sociología, sumada a la casi ausencia de orientación laboral, indica la necesidad de una revisión autocrítica de los contenidos de la oferta formativa de la sociología que sea coherente y se adecúe a las competencias personales y profesionales que tendrán que usar en el futuro”.
Ante esta realidad de la Sociología española, que bien puede reflejar los problema de la ciencia en cualquier país Iberoamericano, los autores rescatan las aproximaciones y propuesta de grandes teóricos como una forma de reorientar la ciencia. Beltrán (2014) retoma las ideas propuestas por Bourdieu en su célebre texto El oficio del sociólogo (1976) y ofrece esta reflexión:
“La sociología construye aquellos objetos que investiga —objetos siempre en movimiento atendiendo a la dinámica de cambio social— “en función de una problemática teórica que permita someter a un sistemático examen todos los aspectos de la realidad puestos en relación por los problemas que le son planteados” (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 1976: 54). Pero la sociología no solo construye el objeto o el fenómeno social que analiza, sino que puede comprometerse con el mismo a través de la “mirada sociológica”, que interviene en aquello que mira. Y solo desde esa mirada, que es crítica —puesto que pone en tela de juicio los supuestos del sentido común para explicar y comprender mejor la realidad social—, es posible la reconstrucción de la sociología”.
Por su parte, González (2014) retoma las ideas de Emilio Lamo de Espinosa. Este autor reconoce y entiende que “el conocimiento sociológico, forma parte de las prácticas de reflexividad propias de las sociedades del conocimiento (…) no describimos el objeto; más bien somos el instrumento de que se vale el objeto para auto conocerse. ¿Para quién trabajamos pues? ¿Para qué sirve esa ciencia?, [cuestiona] para los mismos ciudadanos cuyos problemas, angustias, temores o esperanzas estamos estudiando”
En el caso mexicano, Reséndiz (2006) analiza las ideas de Castañeda y comprende, que parte de la debilidad de la sociología académica en el país azteca, es que no ha podido superar las propias visiones sociopolíticas de su sociedad. Como bien señala:
“Asumir la oportunidad que implica la crisis para consolidar la identidad de la sociología significa evitar la búsqueda de un nuevo sujeto trascendente que sustituya a la nación, eludir las formas caudillista, construir una identidad con independencia de la sociedad y el Estado, construir de manera distinta el dilema normativo que ha sido propio de la sociología y que en México asumió la expresión del intelectual como conciencia nacional”
Del análisis de Reséndiz (2006) a la obra de Castañeda, se desprende la idea de que la reestructuración del programa sociológico conlleva varios planos, de los cuales vale destacar tres 1) investigar, teorizar, dar soluciones o posibles caminos a seguir ante las estructuras sociales y mundos simbólicos, 2) ante el sujeto, su identidad, su relación con el entorno, el espacio político/público y los movimientos sociales y 3)  ante la relación teoría – práctica (metodología).
La Sociología debe responder a los contextos sociales, globales o internacional según sea su radio de acción. Debe ofrecer los elementos necesarios para que los individuos sean conscientes de la realidad y de sí mismos. Rescatando a Seoane (2007), la Sociología “es una ciencia dadora de sentido”. Todo teoría, análisis, investigación y reflexión brinda y debe ofrecer un marco de referencia en donde los ciudadanos e instituciones tengan un espejo ante cual mirarse y comprender los  problemas relevantes en pro de alcanzar soluciones.
La impronta social conduce a reflexionar sobre el rol ético-político del trabajo sociológico. El mismo ha sido ampliando debatido, teniendo como referencia el clásico libro de Marx Weber el político y el científico (1919), pero que hoy día tiene mayor importancia, porque resalta el rol de la Sociología dentro de cada sociedad, como instrumento guía ante los problemas.
Siendo esta la finalidad del conocimiento sociológico, una cuarta arista del problema resulta evidente: ¿quiénes deben ser conscientes?, ¿quiénes son los individuos,  actores sociales o sujetos reflexivos?  Surge aquí la arista del problema que ha generado mayores discusiones, porque conlleva hacia uno de los puntos críticos de la Modernidad y que ha sido punta de lanza de la Postmodernidad: la muerte del sujeto y la necesidad de revivirlo.
La comprensión de la realidad desde la razón y el método, fue la solución al problema de la sociedad europea en donde predominaba una reflexión del ser humano y su vida desde una perspectiva religiosa-teológica-no científica. La herencia del pensamiento positivista se remontan a las consideraciones kantianas sobre la importancia y relevancia de las categorías dándole así supremacía a lo universal (constructos, modelos de análisis, teorías), ante lo particular (la vida cotidiana, el objeto en estudio o el sujeto en sí).
La limitante de comprender el objeto en sí, sino a través de los modelos definidos para ello, trajo consigo de que lo estudiado “era” el objeto en sí. Al estandarizar los objetos a los parámetros universales, se deslindó de todo rasgo “mágico-religioso-metafísico” al sujeto y los diversos ámbitos de su vida. Con ello, el ser humano sería libre de alcanzar su máximo potencial civilizatorio al poder enrumbar lo particular hacia los principios universales (libertad, igualdad, fraternidad, orden, progreso, civilización).
Lo contradictorio en esta paradoja universalista, fue que precisamente el ser humano quedó restringido, encasillado, cosificado y etiquetado como una resultante más dentro del modelo social masificador científico. Recientemente hemos tenido la oportunidad de leer las reflexiones de Eduardo Zeind (2015) en su artículo, en donde sus palabras finales, cobran sentido y van en línea con la problemática destacada en este punto:
“La sociedad es contradictoria y, sin embargo, determinable; racional e irracional a un tiempo, es sistema y ruptura, naturaleza ciega y mediación por la consciencia. A ello debe inclinarse todo el proceder de la sociología. De lo contrario incurre, llevada de un celo purista contra la contradicción, en la más funesta de todas: en la contradicción entre su estructura y su objeto [citando].
[Cuestiona Zeind] ¿Qué es determinable? Lo abstracto. ¿Qué contradictorio? Los dogmas, que en manos de ciegos no encajan en la realidad. ¿De qué está hecha la estructura de toda sociedad? De instituciones y de lenguaje. ¿Cuál es el objeto de estudio de la sociología? Las relaciones que hacen posible una sociedad, y no la sociedad “en sí”, mera entelequia del idealismo”
Hablar de la sociedad en sí conlleva analizar un modelo predefinido. Pero analizar a las relaciones que la hacen posible, nos lleva igualmente a estudiar modelos o categorías de acción del “ser social”, que podría ser otra predefinición establecida por el científico social. Esta contradicción ha generado una reflexión y cuestionamiento en la sociología francesa en las últimas décadas, en donde se ha vuelto su mirada hacia el sujeto como aspecto relevante y trascendental del quehacer no sólo sociológico, sino del saber en general.
Tal como destacada Anna Pagès Santacana (2014), uno de los ejemplos de esta preocupación por recuperar al sujeto ha sido el trabajo de Alain Tourine.  Tourine reconoce y parte de la base de la desmodernización, entendida ella como: una ruptura entre mundo instrumental y mundo simbólico, técnica y valores, lo económico, lo político y lo cultural. Lo esencial de esa ruptura es que alcanza y atraviesa nuestra experiencia particular.
La propuesta Touraine busca reivindicar el sujeto personal, quien es a la vez una fuerza de reintegración de la economía y de la cultura, y una fuerza de oposición al poder de los estrategas. El sujeto es el único lugar donde se puede combinar la instrumentalidad y la identidad, lo técnico y lo simbólico. Como profundiza Pàges (2014):
“El sujeto personal se define como un proyecto de vida personal, el deseo de cada uno que su existencia no se reduzca a una experiencia caleidoscópica, a un conjunto discontinuo de respuestas a los estímulos del entorno social. Por lo tanto, para Touraine el sujeto se configura a partir de un deseo de resistencia –o más bien de disidencia-, resistencia al desmembramiento de uno mismo y a la invasión de los aparatos de la globalización económica, así como a la presión de las dictaduras comunitarias. El sujeto es un principio ubicado entre el ciudadano –vinculado a la comunidad- y el individuo –vinculado al mercado-. Se ubica en el punto de articulación y de integración entre ambos”
Lo más interesante y destacable de la revisión de las ideas de Touraine por parte de esta pedagoga, es que la apuesta del sociólogo francés hacia un modelo social – educativo que reavive al sujeto pierde validez, en la medida en que desde la desmodernización, no es posible rearticular al individuo porque ya es en sí una categoría resultante de los efectos de la dualidad particular-universal. Y por otro lado, el renacimiento del sujeto desde una educación que redimensione al sujeto tomando en cuenta la subjetividad particular de cada educando, colocando así a la Sociología en un segundo plano y elevan a la Pedagogia y la Filosofía  a la cabeza de este proyecto resucitador del sujeto.
Este reconocimiento de la muerte del sujeto y la apronta de revivirlo, se convierte así en una suerte de trampa modernista dentro de la cual la Sociología ha quedado emboscada. En palabra de Pàges (2014) “resulta por lo menos sorprendente que la propia Sociología subraye que el proceso de reconceptualización de nuestra época no pueda hacerse, en sentido intelectual, sólo desde la Filosofía Política o la Filosofía Moral (…) señalando así la insuficiencia de la Sociología para entender el fenómeno de lo social de nuestra época (…) La Sociología se agotó. Otros discursos, como el Filosófico o el Epistemológico, deben ocupar el lugar de la intelección de lo social y, por lo tanto, la tarea de pensarlo [al sujeto]”
Esta conclusión que puede ser poca alentadora, nos lleva a la última y quinta arista de la problemática de por qué los sociólogos cuestionamos nuestra ciencia, la cual se presenta como un camino a seguir. La Sociología debe comprender al individuo desde su vida social.
Autores como Francoise Dubert y Danilo Martuchelli en sus trabajos, han rescatado esta necesidad y han desarrollo una línea sociológica denomina Sociología del Individuo.
Como destaca Dubet (2011) en su texto elocuentemente titulado ¿para qué sirve realmente la Sociología? , la Sociología del Individuo parte de la convicción de que la trama de la vida social son precisamente las interacciones de los individuos en su vida cotidiana. En tal sentido, la razón de ser de la ciencia social, es brindar a los sujetos una explicación acerca de la sociedad en la cual viven y los problemas que les son comunes.
Dubet invita al lector a considerar que la Sociología debe centrarse en la subjetividad e intimidad del individuo. Aunque ante esta afirmación, se podría alegar que la Sociología operaría más como una Psicología, Dubet (2011) resalta que el quehacer sociológico debe enfocarse en los temas colectivos que son de interés o preocupación para los individuos que conforman un mismo entramado social: 
“La reflexión sociológica [señala], está menos centrada en la sociedad como un totalidad que en los individuos mismos cuya subjetividad se toma por autoconstrucción social. Así la Sociología acomete problemas ante los que solía callar: los sentimientos amorosos, las relaciones entre generaciones, la sexualidad, la adopción”
Esta forma de comprender la vida social desde el individuo, revive el debate de las teorías sociológicas de la totalidad social versus la comprensión de la vida cotidiana. Ante esta clásica dualidad entre la Macrosociología y la Microsociología, Dubet (2011) rescata la propuesta metodológica de las Teorías de Alcance Medio desarrolladas por Robert K. Merton (1992):
“(…) La teoría sociológica, si ha de avanzar de manera significativa, debe proceder sobre estos planes interrelacionados: 1) desarrollando teorías especiales de las cuales derivar hipótesis que se puedan investigar empíricamente y 2) desarrollando, no revelando súbitamente, un esquema conceptual progresivamente más general que sea adecuado para consolidar los grupos de las teorías especiales (…)
(…) La teoría intermedia se utiliza principalmente en sociología para guiar la investigación empírica (…) incluye abstracciones, por supuesto, pero están lo bastante cerca de los datos observados para incorporarlas en proposiciones que permitan la prueba empírica (…) tratan aspectos delimitados de los fenómenos sociales (…) Estas teorías son lo bastante abstractas para tratar diferentes esferas de la conducta social y de la estructura social, de modo que trascienden la mera descripción o la generalización empírica”.
Tal como entienden los individualistas, la realidad social en la actualidad no responde a un mismo entramado social. Vivimos en sociedades fragmentadas en donde los actores y grupos sociales se sienten y visualizan cada más diferentes, únicos e inclusive separados de los demás.
La vitalidad de la Sociología descansa en comprender a los sujetos enmarcados dentro de su realidad social y enfrentarlos a la necesidad de la construcción de lo que es común para poder así solucionar los problemas que comparten. Con ello la Sociología ha redescubierto su razón de ser.
Resumiendo los puntos señalados, los sociólogos nos cuestionamos la razón de ser de la Sociología porque:
Se aspira a que tenga un carácter emblemático y protagónico ante las demás ciencias. La historia confirma que es una ciencia que tiene mucho que decir, pero no es una voz oficial.
Se anhela contar con un único corpus teórico robusto, pero en realidad la fortaleza de la Sociología se desprende de su pluralidad de perspectivas.
Se asume que la complejidad del ser humano y el entramado social es comprensible a cabalidad, cuando en realidad sólo es posible articular fragmentos brindando así la mejor coherencia posible. Teorías sociales que expliquen el todo sólo funcionan en el papel. 
Se entiende que todo conocimiento social debe “transformar” el mundo, con ello garantizar la mejor vida para todos los individuos. La Sociología no es un conjunto de principios morales, filosóficos u ontológicos. Se ocupa de los temas que preocupan o afectan la vida social, pero no es una respuesta final o un deber ser, y
Se considera una debilidad la separación o dualidad teoría – práctica (método), pero ello responde a la esencia misma de la comprensión de la vida social. La Sociología se amolda a su objeto de estudio, no al revés. El uso de las Teorías de Alcance Medio y el trabajo emprendido por la Sociología del Individuo, brindan un camino por el cual la Sociología refuerza su razón de ser.
FUENTES:
BELTRÁN, JOSÉ. Para qué sirve la sociología. Revista Española de Sociología (RES) n°22 Pp. 127-134.
DUBET, Francoise (2011) ¿Para qué sirve realmente la Sociología? Siglo XXI Editores. Buenos Aires Argentina.
GONZÁLEZ, Teresa (2014) Para qué sirve la sociología. Revista Española de Sociología (RES) n°22 Pp. 135-141.
MERTON, Robert K. (1992) Teoría y Estructura Sociales. FCE. México.
RESÉNDIZ G. Ramón (2006) Reseña del libro “La crisis de la Sociología académica en México” de Fernando Castañeda Sabido UNAM. En Estudios Sociológicos, enero-abril, año/vol XXIV, número 001. El Colegio de México. México D.F. México.
SANTACANA, Anna Pagés (2014) Material del curso a distancia: Transmisión de saber en la sociedad de conocimiento. Instituto de Altos Estudios Universitarios en Abierto (IAEU) España.
SEOANE, Javier (2007) La Sociología como ciencia dadora de sentido. Seis ensayos de teoría social, Universidad Central de Venezuela, Caracas. Pp. 65-128
ZEIND Eduardo (2015) Kant en el pensamiento sociológico http://bit.ly/1RYsipE Artículo online. Recuperado el 15 de Mayo de 2015.

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