domingo, 23 de agosto de 2015

Cromwell dictador y fanático luterano

Cromwell dictador y fanático luterano

Publicado el 22 de agosto del 2015 - 8:33 pm por UBI RIVAS
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Oliverio Cromwell fue un impiadoso dictador británico que desfogó su ira de fanático luterano contra los católicos, hipócrita como es el rasero de todos los políticos con raras excepciones, que proclamó sustituir la vesania de la monarquía fundando la República, y concluyó incurriendo en peores excesos que los que prometió erradicar. Disponiendo de un secretario particular como el notable escritor John Milton, el poeta supremo del puritanismo sajón, que oralizó a su hija el texto largo de su obra El Paraíso Perdido.
Cromwell procedió despiadado contra sus contrarios, no solo en las confrontaciones militares, en la palestra política.
Milton falleció el 8 de febrero de 1674, es decir, sobrevivió l6 años a su mandante, pero su desempeño no influenció suficiente en los procederes extremos de su jefe. Era hijo de un notario acomodado.
Hijo de Robert Cromwell e Isabel Steward, emparentada con la familia real escocesa Estuardo. Cromwell estudió siete años en Cambridge y sus padres aspiraron que fuese religioso, pero se resistió, porque siempre fue no creyente, pero siempre respetó las religiones establecidas. Porfiado y rebelde hasta con lo razonable, prudente y humano. Fue impiadoso en la política y en la guerra.
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En su falsa visión de reformar el sistema político británico, Cromwell acuñó la demagogia de leyes justas y religión reformada, que las realidades posteriores demostraron que sirvieron de garrochas para disponer del poder y no cumplir ninguna de sus premisas y ofertas a sus paisanos, semblanza prístina de un consumado farsante.
Armó un ejército particular que le era adicto hasta el fanatismo, y la historia enseña que los fanatismos resultan fatales y ruinosos para sus protagonistas, y en esa actitud, Cromwell enfrentó y derrotó al rey Carlos I en la batalla de Worcester, el 27 de agosto de 1651, haciéndolo preso y conducido a la Torres de Londres, donde lo mantuvo cautivo 18 meses, ordenando subirlo al cadalso, donde fue decapitado el 30 de enero de 1649 con el griterío y el pulgar abajo del chusmero londinense, y abolió la monarquía inglesa el 7 de febrero de 1649.
El Parlamento inglés designó a Cromwell el 26 de junio de 1650 capitán general y comandante de todas las fuerzas avanzadas de la flamante República de Inglaterra, el primer ensayo de ese sistema político en Europa, que precedió 42 años a la Revolución Francesa de 1792, una novedad impactante, ansiosa y expectante, como todo lo que comienza, luego de su triunfo en la batalla de Dumbar.
Carlos I concitó la repulsa de sus súbditos por sus excesos contra los escoceses, y convencido por sus adláteres, Guillermo Land, arzobispo de Canterbury, Robert Sibhorpe y Roger Manin, que apañaron todos sus excesos, de disponer de dos consecuencias, un como hombre privado y otra como jefe de Estado, grave error, porque en uno y otro desempeño solo es lícito y admirable la rectitud y la probidad.
“Ni la libertad civil ni la política se podrían afianzar sin recurrir a la espada”, como demostró, intrépido, valiente, osado, en las batallas de Marston Moor, Naseby, Preston, Worcester y Durhan, declarado por el Parlamento como Lord Protector de Inglaterra, Escocia e Irlanda, el 16 de diciembre de 1654, pero el Parlamento enviaba las leyes a El Protector, no al revés, como antes, y la suprema autoridad de las leyes reposaba en el Parlamento, no en el rey.
El Quinto Parlamento en Whitehall, llamado el Parlamento Largo, el 3 de noviembre de 1640, desafió la autoridad de Carlos I, originando una inflexión en la libertad política de Europa y América, con tiempo anticipado de aludir esos derechos fundamentales y atributos elementales concedidos por Jehová al hombre.
Declaró contra la ley recursos para los buques; los derechos aduanales sólo dependerían del Parlamento; aumento de la independencia de los jueces; supresión de los censurables tribunales de la Cámara Estrellada y la Comisión Suprema, y el Bill que despojó al rey el derecho de convocar o no al Parlamento a su antojo, obligándolo a convocarlo por lo menos cada tres meses, que Carlos I inicialmente rehusó todo, pero cedió ante la voluntad mayoritaria parlamentaria, que impuso no ser disuelto sin someterlo a votación.
Traduce que “le tumbaron el pulso” al rey, una especie de premonición a Cromwell de aprestarse a enfrentar al monarca en el escenario de la guerra, como aconteció.

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